Dicen
que la historia se repite y si que sucede. Venezuela desde su independencia ha
repetido historias quizás sin querer queriendo. Los caudillos, esos dirigentes
con uniforme militar, engavetado o no, han intentado convertirse en los
salvadores, único y omnipotentes fundadores de la república, sin saber, que república
y caudillo son términos excluyentes. La república se debe a un pueblo y el
caudillo se debe a él y su insurrección.
El
gendarme necesario de Laureano Vallenilla Lanz, expresa a la perfección quizás
el foco fuente de la historia caudillista en Venezuela, la disputa por el poder
en época independentista. Bolívar con su pensamiento firme en la creación de la
república con una constitución que a criterio del autor era aceptada por
Santander, y por el otro lado, Páez con su pensamiento separatista, distanciado
a la república.
Otro
indicio para alimentar la realidad caudillista que nació en la época de
independencia y que comparto con el autor, es la migración de las clases
pensadoras que dejaron el camino a los héroes de guerra con mérito en la fuerza
bárbara.
Los fantasmas del caos que se vivió en
ciudades, unas por guerra y otras por la excesiva paz que desmanteló la
producción y capacidad de mantener económicamente a la población en las
ciudades, también complementaron el problema de gobernabilidad en la época de
independencia y fueron caldo de cultivo
para el fenómeno caudillo.
Los
avanzados principios republicanos contrapuestos a caracteres negativos como los
describe el autor de holgazanería, vicios, insubordinación y factores alejados
del Libertador, su educación y su forma, convirtieron su estirpe en un modelo
menos popular, olvidando su trayectoria independentista americana.
Así
fue como el primer gran caudillo escribió su nombre como gendarme de la nación.
Del escrito que le hiciese al libertador en 1827, Páez destaca en sus palabras
el querer del pueblo, él para gobernante: “…se me obedece es mas por costumbre
y conformidad que porque yo este facultado para mandar; es porque estos
habitantes me consultan como protector de la republica, pidiéndome curas,
composiciones de iglesias, como abogado…”, misiva que en sus palabras forjaba
el próximo inicio, el caudillo con múltiples atribuciones imposibles bajo la
constitución en época republicana.
El
nuevo estado post independencia se debatía entre el Libertador que al terminar
la guerra dejó su estampa de guerrero, prevaleciendo su rostro de noble clase
social contra el sentimiento de la población, afecto a la figura
revolucionaria, el llanero Páez.
Pareciese
entonces que para ser digno representante gubernamental es un deber cumplir con
el guión de la procedencia humilde, falta de instrucción y un poco de
experiencia militar, quizás estos algunos de los elementos básicos que le
bastaron al general Páez para proteger su autoridad como lo distingue Vallenilla.
El
movimiento separatista resaltando el perfil del más fuerte, el más valiente de
los guerreros gritó: ¡General! Usted es la patria, confundiendo para mal y sin
saber, al caudillo con quien debe gobernar.
El
caudillo cuando Santander solicitó su presencia en el congreso para intentar
anular su proceder, dijo: “Algunos enemigos gratuitos o envidiosos de glorias
que no pueden adquirir, han tratado de destrozar hasta mi propia reputación
forzándome a que ocupe también la plaza de un filosofo… ¡Qué cosa tan extraña,
querer hacer de un llanero un filósofo!...
De
lo anterior pareciese entonces que el fenómeno caudillo, presente desde la
historia antigua a la más reciente en Venezuela, sea como sea que llegue al
poder, sea escalando, eligiéndose o haciéndose elegir, comparten un gen
popular, frases con dirección pueblo para arengar a sus fieles adeptos, lo que
históricamente ha demostrado no ser razón para gobernar ni un gendarme
necesario.