Los deportes tienen normas, los deportistas así lo entienden y los
aficionados lo saben. Poco o nada gustaría ver un partido de fútbol donde tu
equipo favorito comienza con 3 goles en contra, inicia con 2 jugadores menos o
detienen el encuentro para que el árbitro cambie las reglas; y así, satisfacer a
uno de los conjuntos.
En la vida de un país también hay normas, para resguardar
derechos, indicar deberes, mantener una estructura lógica de estado que perdure
en el tiempo, que resguarde el interés de la sociedad, donde todos los
involucrados estén en igualdad de oportunidades.
La lectura del párrafo anterior puede mostrar una utopía, -si lo
contrastamos con la realidad venezolana-; lo mismo sucedería al comparar un
artículo constitucional alusivo al derecho a la alimentación, al trabajo con
salario justo, derecho a la vida o el derecho a elegir en el escenario
nacional. De eso ha tratado la revolución bolivariana, un constante
juego de contraste, entre la prédica y el hacer, entre las bases normativas y
el proceder gubernamental, entre el bienestar simulado y la miseria social.
Muy a pesar de su llegada al gobierno, gracias
a elecciones libres, fundadas en la claridad,
juego limpio y democrático, han desechado la estructura democrática que
los catapultó, dejando en evidencia y trayendo a colación permanente su
verdadera esencia, el golpismo; aquellas intentonas de los años noventa en la
que participaron activamente la mayoría de los íconos revolucionarios que
dirigen la cúpula untada de poder.
Al día de hoy, el juego de iguales que caracteriza una democracia en Venezuela terminó; permanece como un hecho histórico que solo existe en la
memoria y en otras latitudes. Normas a conveniencia y artimañas para evitar
elecciones, elemento este primordial de una democracia, están a la orden del
día.
Revocatorio clausurado, elecciones vencidas, actualización de
partidos en fecha electoral, órgano electoral con miembros sin renovación,
inhabilitación de políticos opositores, imputación de delitos, excusas,
omisiones; y recientemente la constituyente fundada en la desesperación de quien
se ahoga, son argucias delictivas de un gobierno que teme perder el poder y sus
consecuencias penales.
En Rebelión
en la granja una novela y fábula escrita por Eric Arthur Blair bajo el seudónimo de George Orwell durante la tiranía del régimen soviético, los animales de una granja expulsan a los humanos
y crean un gobierno de animales. Al comenzar la revolución animal, existía una
norma expresa, irrevocable y de obligatorio cumplimiento: “¡Cuatro patas sí,
dos patas no!”, frase en alusión al rechazo a los humanos. Los cochinos quienes
se consideraban superiores y encabezaban la cúpula rectora de la granja, a
espaldas del colectivo animal, utilizaban prendas, camas, bebidas y adoptaron
hasta el caminar humano a dos patas, por lo que al ser descubiertos, decidieron cambiar las reglas de juego.
¡Cuatro patas, sí; dos patas, mejor!
Simón Peraza Lazarde
@sapl42
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