Mi papá,
hermano y cuñado conversan con el fin de acordar a quien le corresponde
levantarse a las cuatro de la mañana. Mi hermano sabe que es su turno pero
quizás deba llevar a su novia al trabajo.
Tenía
cuatro años sin pisar suelo tachirense, esta vez estrenaría aeropuerto.
Aterrizaría un martes en La Fría, población alejada de la capital del estado,
donde termina el llano e inicia el ascenso, con temperatura similar a mi
Isla de Margarita.
Como
siempre, mi padre viaja al aeropuerto con el mismo taxista. Llegaron sin
inconvenientes, el temor del viaje terrestre al terminal por las continuas
protestas a falta de gas doméstico en las poblaciones aledañas al aeródromo,
era una preocupación.
"Hace
unos días trancaron las vías, colocan las bombonas y nadie pasa. Hoy no será
así, mira como esperan las bombonas en la orilla de la vía", cuenta quien
maneja sin asombro, mientras adelanta un camión 350 con bombonas y
personas sonrientes sentadas sobre ellas, custodiando de esta forma la carga
hasta su destino, hogares.
En el
2014, última visita bien recordada. Parte del país, en especial San Cristóbal, estaba
en plenas protestas. Los recordados campamentos de gochos arrechos, adultos,
jóvenes, abuelos y más; reclamaban por las muertes, el mal vivir, la tiranía y
la precaria vida del venezolano que tanto afectaba al Táchira; y que hoy,
cuatro años después perjudica a todo el país y al estado andino más.
Una
semana de recorrido bastó. El deterioro de una de las ciudades más bellas de
Venezuela. San Cristóbal, la de colas por gasolina, también se hunde en la
basura. El desgobierno nacional, regional y municipal, se evidencia en cada
esquina cundida en montañas y pilones de desperdicios.
La
belleza natural de las montañas aún está, pero debes mirar colina arriba,
lo cercano muestra la deforestación y construcción sin planificación que
hace juego con bolsas, papeles, moscas y demás mugre que sirve de
manjar al ganado en lomas de la ciudad; un paisaje que parece
ser nuevo y acostumbrado a la vista de algunos habitantes.
El
Táchira segunda tierra para mí, grato lugar al que volver por la familia, los recuerdos
de vacaciones, el año residiendo, paseos
a Peribeca, La Petrolia, San Pedro del Río, la historia presidencial
oriunda, la plaza Los Mangos, el parque Metropolitano, la atiborrada
Quinta Avenida, el Ateneo del Táchira, la piscina del Círculo Militar,
entre otras, me obligaron a escribir.
La
discusión familiar al arribar a casa deja la siguiente conclusión: Los
vehículos necesitan gasolina. Mi hermano despertará de madrugada. Queda
entendido, que una vez por semana toca, sí o sí. Para esa rutinaria misión que
ocurre desde aproximadamente tres años, embarca: Un instrumento de
percusión, sándwich, café y un envase para orinar.
Desde hace 1095
días se hacen filas por suministro de gasolina y contando. Él, ensaya
con un cajón o baquetas, come, orina, duerme y toma café durante la
espera. La longitud de la cola es kilométrica. Durante la estancia decembrina, logré
ver carros en espera marcados con números seiscientos y pico, de ese tamaño es
la espera que sube y baja, o baja y sube las empinadas calles del Táchira.
No todo
está perdido, en los nueve días de visita, había gente barriendo sus casas y sus
frentes sin importar el origen de la basura, amigos siguen emprendiendo a
pesar de las dificultades, se consiguen los pasteles, siguen haciendo el pan
camaleón y mi familia trabaja unida, un equipo que surfea dificultades de la
Venezuela de hoy, las mismas de otras regiones, más la gasolina.
En
Táchira no se olvida el frío, esporádicamente ese clima aparece en las mañanas,
no tan gélido como las madrugadas de neblina cuando emprendía el viaje a Santo
Domingo o San Antonio para tomar el madrugador, un vuelo a primeras horas de la
mañana.
A las
siete, mi hermano avisó a casa para que bajasen otro carro, pudo esta vez
guardar puesto para el vehículo de nuestro padre. Nueve horas después era la
una, cuando lograron cargar los tanques que bien administrados resistirán la
semana y unos días más con extrema cautela.
¿Por qué
tantas colas? La explicación generalizada y silenciada, indica que un gran porcentaje
de habitantes perciben ingresos de la venta del hidrocarburo. Guardias o
ejército custodian las estaciones de servicio donde inician esas largas líneas
de vehículos. Camiones y carros modelos ochentosos abundan, son mayoría. Cuenta
una leyenda viva que la mayoría de esos automóviles tienen más de un tanque de
gasolina.
La cena
de navidad llegó y recuerdo que restan pocos días para volver a Margarita, bajo
el pensamiento de la desconexión, desinformación y el desinterés por lo que
vive otro venezolano. El Zulia sin luz por días, Nueva Esparta no tiene ferris,
Táchira sin gasolina, poco preocupa, si no eres directamente afectado.
A
madrugar para volver. El conductor espera un recorrido hasta el aeropuerto sin
dificultad en el que viendo nuevamente el caos, pienso: “En San Cristóbal las
esquinas con montones de basura son tantas como carros en colas por
combustible”.
De vuelta
a Margarita y llegada la noche, llamo para conversar del viaje, el regreso a la
isla. Le cuento a mi padre que estuve hablando con un vecino todo el vuelo.
Tiene nueve meses viviendo en Cúcuta y regresó a pasar fin de año con sus
hijos. Durante la hora de trayecto aéreo, este amigo sin querer ni saber, me
confirma un eslabón de la práctica de corrupción y tráfico de gasolina no
narrada hasta ahora.
La
mayoría por no utilizar la frase: “Todas las personas” con autos entre Cúcuta y
Bucaramanga, es decir, en una distancia de 200 kilómetros aproximadamente,
adquieren gasolina del contrabando proveniente de la frontera venezolana, un jugoso
negocio. Sin terminar de hablar, mi papá me escucha, comenta poco y termina la
conversa. “Hablamos mañana, nos toca madrugar, no tenemos gasolina”.
Simón Peraza Lazarde
@sapl42
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