El coronel no tiene quien le escriba
El coronel no tiene quien le escriba fue escrita por Gabriel García Márquez durante su estancia en París, adonde había llegado como corresponsal de prensa y con la secreta intención de estudiar cine, a mediados de los años cincuenta. El cierre del periódico para el que trabajaba le sumió en la pobreza, mientras redactaba en tres versiones distintas esta excepcional novela, que luego fue rechazada por varios editores antes de su publicación. Tras el barroquismo faulkneriano de La hojarasca, esta segunda novela supone un paso hacia la ascesis, hacia la economía expresiva, y el estilo del escritor se hace más puro y transparente. Se trata también de una historia de injusticia y violencia: un viejo coronel retirado va al puerto todos los viernes a esperar la llegada de la carta oficial que responda a la justa reclamación de sus derechos por los servicios prestados a la patria. Pero la patria permanece muda…
La autobiografía del padre del Nuevo Periodismo.
El hijo de un modesto sastre italiano que se convirtió en una leyenda del periodismo, el hombre capaz de todo por contar una buena historia —desde rastrear a los tipos más excéntricos que pululan por Nueva York hasta intimar con un temible clan de la mafia italoamericana, desde frecuentar comunas nudistas hasta investigar la vida de estrellas del deporte y del espectáculo después de que se apaguen los focos—, habla en primera persona.
El retrato de sus familiares, sus restaurantes predilectos en Manhattan, el escandaloso caso Bobbitt o los entresijos de sus libros más recordados se dan cita en estas páginas deslumbrantes.
«Excelente y delicioso de leer… Es como si detrás de los elegantes e impecables trajes a medida de Talese hubiese un corazón voraz de esponja, que absorbe el mundo y lo va exprimiendo luego a cuentagotas, a través de los años.»
TREVOR BUTTERWORTH, The Washington Post


Entretanto, un periodista en paro, Fredy Lacuna, que intenta investigar sobre la enfermedad del presidente, se resiste a dejar el apartamento que le reclama la dueña, recién regresada de Miami; una estudiosa estadounidense, Madeleine, obtiene un contacto importante para completar su ensayo sobre el carisma. Y María, una niña de nueve años que vive encerrada en casa con su madre por la violencia que se ha adueñado de la calle, logra encontrar un amigo por internet.
Los litigantes
Los litigantes

Doña Bárbara


Mi don… Es difícil de explicar. Cómo aprendí a utilizarlo es mucho más extraño de relatar. Pero deseo hacerlo. Deseo contároslo. Hay cosas, detalles pequeños que forman parte de uno mismo y te hacen ser como eres. Y el don era algo que me definía. Aunque lo utilizaba muy poco. Hacía que me sintiera más vivo. Si hubiera tenido conectado el don cuando vi a la chica del teatro quizá no hubiera experimentado lo mismo por ella. Lo que sentí fue primario, fue muy auténtico. Cómo la podía añorar tanto sin conocerla. El ser humano es mágico e indescriptible. Notaba algo especial al volver a recordarla. Una confianza que no debe surgir entre desconocidos pero que a veces existe y es más intensa que la que sientes por alguien que forma parte de tu entorno desde hace más de veinte años. Ella no se había percatado de mi presencia, no había sentido cómo mis ojos no le habían quitado la mirada ni un solo instante.
-Feliz 53 cumpleaños, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte. Pertenezco a algún momento de su pasado. Usted arruinó mi vida. Quizá no sepa cómo por qué o cuándo, pero lo hizo. Llenó todos mis instantes de desastre y tristeza. Arruinó mi vida. Y ahora estoy decidido a arruinar la suya.
Así comienza el anónimo que recibe Fredrerick Starks, psicoanalista con una larga experiencia y una tranquila vida cotidiana. Starks tendrá que emplear toda su astucia y rapidez para, en quince días, averiguar quién es el autor de esa amenazadora misiva que promete hacerle la existencia imposible.
Casas muertas es un clásico de la novela latinoamericana, que situó a Miguel Otero Silva en un primerísimo lugar entre los escritores de su generación. Es la crónica de un pueblo tropical, Ortiz, condenado a desaparecer por la decrepitud de sus propias estructuras y el desánimo de sus antiguos pobladores. Magistralmente escrita, con serenidad y concisión, pero también con melancolía y momentos de concentrado lirismo, sus personajes cautivan por su intensidad sin estridencias ni detalles superfluos.
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