Adicto a una más, se transforma rápidamente en dos, tres o muchas más. Todas son distintas, unas más oscuras, otras más profundas, con más fuerza, planas, altas, pequeñas, huecas, están ahí.
Transcurren horas y sigues disfrutándolas, nada se interpone, el hambre no es problema, solo se olvida, quizás se asemeje al sentimiento de aquel, quien se acostumbró a seguir adelante sin comer, motivado por otras razones.
Transcurren horas y sigues disfrutándolas, nada se interpone, el hambre no es problema, solo se olvida, quizás se asemeje al sentimiento de aquel, quien se acostumbró a seguir adelante sin comer, motivado por otras razones.
Te levanta el despertador biológico, ese que trabaja como un reloj suizo cuando hay una motivación, expectativa o compromiso. Preparado para vivirlo desde el despertar, imaginas cada una de ellas, anhelas estar allí.
Ansioso vistes
para ese encuentro que durará horas, sigues el ritual, una franela para la ocasión,
pantalón color naturaleza, tabla de 6 pies y algunas pulgadas más, cuerda de
goma rígida color sangre que irá atada al tobillo izquierdo.
Apresuras
el paso, sin saltar el protocolo. Intentas adivinar el color, la fuerza, la temperatura al ritmo del andar. De pronto, lejanamente le divisas, aún no
no tienes certeza de su condición, pero lo ves, sabes está allí, para ti, un día más.
Estas cerca, su inmensidad luce
atractiva. Hoy es el día que la sonrisa del alma se muestra porque ha visto y sabe tocará al mar.
Entonces tu también sonríes,
es el momento. Late el corazón como la
primera vez. Colores alrededor, tonos blancos, azules, plateados, verdes, la
foto que cualquier fotógrafo espera atinar. Nunca se repite.
Nadas
en dirección este hacia el matutino e incipiente sol, su luz es guía, se mezclan los colores en la vista mientras avanzas, chocas, te sumerges y sigues nadando.
Remas
enérgico, superas la primera, la segunda frena en tu rostro, la respiración no
mengua, sin parar de remar te sumerges por la llegada de una tercera ola,
nuevamente has superado su espesor de espumas y emerges en un mar calmo.
Solo,
sentado en esa fibra con tres quillas, inconscientemente mueves bajo el agua los pies en óvalos,
volteas y son trescientos sesenta grados de naturaleza percibida a través de cada sentido.
Recorriste desde la orilla entre cien y ciento
cincuenta metros de mar movido. El agua se ha hecho tibia, sumerges tus manos,
bañas tu cara y la
espera comienza.
Las candidatas vienen, el tiempo se detiene para observar, meditar, simplemente vivir. Miras alrededor buscando escoger la más
atractiva. Llegará el momento, sabrás es esa; entonces nadas con potencia, impulsado por la
ansiedad de sentir la brisa en el rostro a gran velocidad.
Cinco brazadas han bastado para alcanzar con impulso la fuerza del mar, un segundo y una flexión fue necesaria para levantarte y empezar el recorrido.
Rozas el mar con tus dedos y la brisa toca tu rostro mojado, vas muy rápido, inquietud y adrenalina en segundos te piden una más mientras aparece la mejor imagen, una frontal de una playa, arena, mar, sol y palmeras.
Horas
transcurren, cae la tarde, el sol se esconde, sabes que aún puedes encontrar
algunas más y repites el proceso desde cero, animándote a una más por hoy, una ola más.
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