Criterio Nuestro es el blog personal de Simón Adrián Peraza Lazarde. Un poco de mucho donde participan colaboradores escribiendo opinión, investigación y demás géneros periodísticos o literarios.

sábado, 8 de mayo de 2021

Caracas desde una plaza

 

En la capital venezolana puedes vivir mejor, sí dejas a un lado el tema económico, te abalanzas en los espacios libres que quedan y saboreas lo que tengas para comer. Sí olvidas por instantes el dinero que seguramente necesitas para sustituir el par de zapatos con suela desgastada, o las divisas que no tienes y requerirías sí decidieras ir a cenar con la familia, puedes crear momentos de calidad mientras avanzas en la ardua tarea de supervivencia nacional.

Una plaza de la capital es buen lugar para probar estar, ser y hacer; lo he hecho durante una visita extendida a la ciudad. La plaza Don Bosco en Altamira ha servido para tal experimento, tiene lo necesario para distraerse, descansar, trabajar, ejercitarse, alimentarse y curarse; allí, en ese lugar público, la mayoría coincide alrededor de una comida, el desayuno, una merienda o el único alimento del día.

Faltaba poco más de una hora para el mediodía, mi hija ansiosa veía el tobogán en la distancia, yo, en cambio, sorprendido estaba por una feria móvil de alimentos que formaban al menos veinte impecables camiones de comida alrededor de otra plaza vecina.

Caminamos hasta un banco vacío, cinco niños jugaban sobre los desgastados aparatos del pequeño parque en el centro de la plazuela, sus familiares descansaban, acompañándolos a la redonda; otros, ajenos a los infantes como una señora con cara de María, permanecía sentada con su carga, un perolero.  Ella miraba a la nada, degustaba una de las naranjas que obtuvo de un saco propio, el cual reposaba sobre un carrito de compras cargado con trastes.      

Desde el medio de esta ágora en esta época, se observa una iglesia, una panadería, otra plaza, una clínica y un kiosco, ubicándose todos alrededor, cubriendo los puntos cardinales. En el sitio, los niños corretean entre risas ocultas bajo tapabocas. Los adultos se protegen también con el bozal que amenaza permanecer como prenda de vestir por más tiempo.

Más allá, cerca de la panadería donde algunos comensales degustan cachitos, pastelitos con malta o café;  en unos aparatos metálicos amarillos, mujeres y hombres llegan graneados, turnándose para ejercitarse. Desde allí, con entusiasmo repiten sus rutinas buscando fortalecer el sistema inmune y evitar engrosar, la cifra de enfermos por coronavirus con un contagio más, colmando centros asistenciales públicos y privados, como el que divisan desde su lugar de entrenamiento.

Sentados dando la espalda a la clínica, está una familia. La madre, el abuelo y el nieto, presumo. El niño es pequeño, lo acompañan mientras sube los peldaños hasta el tobogán, desciende y al llegar al suelo, se arrastra por la tierra. La mamá en el ínterin, desempaca varios potes plásticos y los pone a su lado.

Comodidad donde sea. 📷por @sapl42
Los camiones de comida en la feria contigua aún no son visitados, el personal activo y con premura: ordena, limpia y prepara cada espacio para lo que parece un hecho inminente. Por el movimiento y el ahínco, podría intuirse llegará un tsunami de hambrientos.

María terminó de comer la naranja. Mudó sus cachivaches a otro asiento cercano que está vació y con mejor sombra. Acomoda todos sus artículos, asegura el saco con frutas a una mano de distancia, pone su carrito de almohada, se acuesta y parece dormirse. Nada le molesta, ni los niños jugando a escasos metros, ni siquiera uno que pasa muy cerca y con frecuencia en bicicleta, los pájaros le arrullan. 

Simultáneamente, en distintos puntos de esta plaza, van apareciendo y pronto aglomerándose como abejas en panal, los repartidores de distintas aplicaciones de pedidos de comida a domicilio, que han minado la ciudad al ritmo que la divisa estadounidense se normaliza como principal método de pago. A la espera de un llamado que les permita ganar entre uno y tres dólares, dependiendo de la zona de entrega; estos mandaderos se distraen jugando cartas, otros simplemente se recuestan, dejando los morrales de carga con forma cúbica, de colores: verdes, rojos y naranjas sobre el piso.

Diversión asegurada. 📷 por @sapl42
Al kiosco de la esquina llegan conocidos y ajenos. Libros o artículos usados dejan a consignación en aquel lugar donde solían vender periódicos. Quién atiende el negocio, no sabe de literatura, ni se preocupa por conocer las historias. Lo delata su ignorancia al leer, no distingue la silaba tónica en los nombres de los títulos y autores de las obras disponibles.

El dependiente que vende los libros hasta por tres dólares, tarifa que varía según el acuerdo con el propietario del texto, a veces sirve de brújula ciudadana. Varias veces al día, desconocidos se detienen a preguntar por la calidad, precios y más de los servicios de salud, que ofrecen las damas salesianas en el sótano de la iglesia Don Bosco.

Por allá, en las gastronetas se empiezan a ver posibles comensales que merodean, guiados por  los olores a puerco frito, pollo rostizado, carne a la parrilla, entre otras delicias de la comida callejera. Cada exhibición de la feria itinerante humea sobre las modernas pantallas luminosas donde se exhiben los menús. Raciones de churros a cinco dólares, hamburguesas, pepitos y shawarmas de al menos diez dólares son las módicas opciones.

Esperar, almorzar y descansar. 📷 @sapl42
La hora del almuerzo ha empezado para algunos. El niño y su abuelo, se alejan de la rueda y el subibaja para acompañar a la madre, que ya dividió la sopa en tres raciones, lo mismo hizo con un litro de jugo de pera. A un banco aledaño han llegado tres jóvenes con su entrenador desde El Ávila. Cada uno saca de sus bolsos una vianda con mucho arroz y algo más. 

Pocos repartidores han recibido pedidos. Esos que sí, guindan su morral en la espalda y se preparan para abordar sus motos, mirando el teléfono donde tienen la orden. Ahora que tengo hambre, intento convencer a mi hija de cambiar la libertad que da la naturaleza por las cuatro paredes del apartamento, allá se hará la comida para silenciar al estómago, quién ha estado haciendo llamados en crujidos. 


Por Simón Peraza Lazarde
@sapl42

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