Los venezolanos seguimos
luchando contra un grupo maligno que utiliza las peores artimañas para mantener
el poder en beneficio propio. Lejos ha estado -y seguirá estando- el Gobierno
Nacional de ser definido como demócrata y humanista, por mucho que se inventen
procesos electorales y falsas campañas para lavar su imagen.
Una vez más la dignidad
del venezolano ha sido pisoteada por la perversidad de quienes detentan el
poder en el proceso constitucional que, intencionalmente, ha sido dilatado con
validaciones, días hábiles y retardos varios para evitar revocar a un
funcionario que vergonzosamente sigue truncando el destino para un buen vivir
ciudadano.
El verbo
"validar", según la definición de un diccionario cualquiera, es dar
fuerza o firmeza a una cosa. En el ámbito del derecho, la presencia del
ciudadano y su cédula de identidad bastan para un posterior y simple
reconocimiento de validez a su firma.
La aceptación de
validación de una rúbrica como acto de voluntad propia debería ser un proceso
sencillo, pero las tiranías tienen sus métodos; una máquina que decide a quien
procesar, después de recoger en primera instancia un número de firmas
necesarias, es parte de un tortuoso camino que aún teniendo el sistema
electoral más moderno que se haya visto en el mundo, hace increíble el proceso.
Parece un mal chiste, es
una vergüenza, que el documento de identidad expedido por uno de los organismos
promovidos como un gran logro del Gobierno, el nuevo Servicio Administrativo de
Identificación, Migración y Extranjería (SAIME), no pueda servir para cotejar
la firma de un ciudadano.
Es el caso que para
cumplir con un proceso supuestamente democrático, el derecho a elegir (un
derecho político consagrado además como derecho humano), también deba una
persona permanecer hasta 14 horas, consecutivamente, bajo sol o lluvia, noche y
día, sin que esto garantice el ejercicio de su derecho.
Además, y aunque para
algunos poco parezca, el supuesto respeto a los electores y en especial a los
adultos mayores (ese que se defiende con el pecho erguido y se pregona en
consignas), no existió. La tercera edad hizo su cola, algunos hasta el bastón
llevaron para sostenerse hasta llegar frente a la capta huella... una maquina
que decide.
Mal trato de funcionarios,
civiles ordenados y tratados como subalternos militares y una moderna máquina
suprimieron los derechos de miles de seres humanos que, otra vez, el gobierno
no protegió. “Señora usted ha hecho mucha arepa, por eso se le perdió la huella
(...) qué estaría haciendo con esa mano”, le insinuó una "adiestrada"
funcionaria sin reservas y sin dolor a una señora, una adulta mayor que pudo
ser su abuela.
Otra dama que no pudo
validar su firma se preguntaba entre lágrimas: "¿Será que los viejos no
existimos?" Al parecer las malas intenciones y las máquinas valen más
que la cédula de identidad y su titularidad para demostrar presencia y
existencia... valen más que la palabra para corroborar y aceptar la voluntad de
revocar al opresor.
Simón
Peraza Lazarde
@sapl42