La administración pública y
sus distintas oficinas en coincidencia histórica de caos nacional se convirtieron
paulatinamente en lugares desatinados donde los venezolanos acuden con
desesperanza y poca suerte, bajo la molida premisa constitucional de ejercer un
derecho, el acceso a la administración pública “…servicio de los
ciudadanos y ciudadanas que se fundamenta en los principios de honestidad,
participación, celeridad, eficacia,
eficiencia, transparencia, rendición de cuentas y responsabilidad en el ejercicio
de la función pública, con sometimiento pleno a la ley y el derecho…”
Por ejemplo, -la honestidad-
de un funcionario se hace común en frases como: “Trataré de procesar su
solicitud pero no creo alcance el tiempo, hoy me voy temprano”; con la
participación sucede algo peculiar, quienes necesiten acudir a la
administración deberán –participar- con seguridad en tempranas y largas colas
para ser atendidos; -La celeridad- se pierde de vista, es una costumbre en planillas
de trámites, fechas impresas que no se cumplen, otra en tinta fresca del
funcionario que tampoco y otras en -la experiencia ciudadana – que acude día tras día; cuestión que no acaba pues -la eficacia- dependerá del ánimo del
servidor, para la eficiencia la explicación vasta volver a leer.
El párrafo anterior podría
extenderse con experiencias de cualquier venezolano, usted, él, nosotros y
vosotros, ahora bien, el razonamiento recae sobre el único factor que podría
encausar el trabajo en la administración pública sin hacer referencia a la
ética funcionarial o el respeto ciudadano por haber sido ambos enterrados en el
olvido; se trata de la responsabilidad en el ejercicio de la función pública mencionada al inicio de este texto.
El exceso o abuso de poder que acarrea responsabilidad individual y/o la responsabilidad patrimonial del Estado por el menoscabo de los derechos ciudadanos ante la administración podrían corregir con su aplicación para hacer de las instituciones públicas, verdaderos espacios de servicio al ciudadano, pero las normas y la voluntad de hacerlo efectivo duermen en la casa del poder, un poder que se escuda en espacios sin responsables.
El exceso o abuso de poder que acarrea responsabilidad individual y/o la responsabilidad patrimonial del Estado por el menoscabo de los derechos ciudadanos ante la administración podrían corregir con su aplicación para hacer de las instituciones públicas, verdaderos espacios de servicio al ciudadano, pero las normas y la voluntad de hacerlo efectivo duermen en la casa del poder, un poder que se escuda en espacios sin responsables.
Siguiendo a Hannah Arendt en
Crisis de la República: “La última y quizás más formidable forma de semejante
dominio es la burocracia o dominio de un complejo sistema de oficinas en donde
no cabe hacer responsables a los hombres, ni a uno ni a los mejores, ni a pocos
ni a muchos, y que podría ser adecuadamente definida como el dominio de Nadie. (Si,
conforme al pensamiento político tradicional, identificamos la tiranía como el
gobierno que no está obligado a dar cuenta de sí mismo, el dominio de Nadie es
claramente el más tiránico de todos, dado que no existe precisamente nadie al
que pueda preguntarse por lo que se está haciendo)”.
Simón
Peraza Lazarde
@sapl42