De niño tuve otras abuelas, recuerdo hacía mía las de mis amigos, quizás tener lejos las propias me inspiraba a adoptar figuras similares.
Muy pequeño volvía cada año a Caracas para visitar a mis consanguineas, una suerte que fuesen vecinas de edificios en San Bernardino.
María de Jesús y Carmen Maria, mis dos abuelas de sangre me recibían en la capital, ambas totalmente distintas, una cocinaba, la otra no, una se emperifollaba más, las dos me querían, a las dos las quise.
Una partió a escasos días de mi cumpleaños número 9, estando lejos. Recuerdo su cara, recuerdo sus tajadas en los platos de flores, también recuerdo mi llanto bajo la regadera mientras Isbelys la mamá de Jacobo me consuela, cuando me dijeron había muerto.
Carmen María, la abuela Cotuga se ha ido a mis 38 y estoy más lejos que siempre. Nos vimos en diciembre del año pasado y en febrero de este 2023, sin imaginar sería la última. Nunca se sabe cuando será esa vez.
No es posible recordar cuando le puse Cotuga, a ella le gustaba. Hacía énfasis en su nombre en cada conversa o presentación con alguna persona. Tampoco se la razón del apodo, supongo por la talla de mi abuela, quería yo decir tortuga en pronunciación infantil.
El teléfono beige de botones en el edificio Bolívar sonaba y yo quería que fuese Cotuga. Solo debía esperar, pronto cruzaría hasta la torre Atlántic donde ella vivía, arquitectura que se asemeja a una proa de un barco.
Oscuridad, retratos, cuadros, libros y alfombras, eso recuerdo en se departamento. En su cama saltaba, veíamos televisión, por alguna razón convertíamos el colchón en cuadrilatero de boxeo.
Una lectora real, recuerdo épocas donde siempre estaba leyendo un libro: Cien años de soledad, la Iliada; para mi todos gordos y extensos, yo no compartía el gusto por la lectura por aquellos días.
Con Tica y Nathy juntamos unas cuantas horas de juego. Nos llevaba ventaja en Reto al conocimiento, era buena y se divertía con nosotros. Aquellas tarjetas con preguntas por colores, me recuerdan a ella y esos días.
También nos llevó de paseo en su auto. Íbamos en el asiento de atrás y gozabamos con sus insultos a otros conductores.
El compendio de crucigramas y criptogramas que mi papá compraba cada fin de semana para ella, los devoraba en un santiamén. Muchas veces le ayudé a terminarlos, rayándolos.
En diciembre, cuando estuve en San Cristóbal, subí a despedirme, volvía a Margarita y le dije: "Abuela no puedes caerte más, es peligroso", como si dependiese unicamente de su voluntad.
El día anterior se cayó y no podía levantarse, escuché las quejas y corrí. Luego llegó mi papá, entre los dos pudimos ayudarle, no pasó a mayores, solo un gran susto.
Ella me preguntó: ¿Yo me caí?". Le abracé y le dije que nos veíamos en dos meses, en febrero. Me hizo llorar como muchas veces lo hice al partir de San Cristóbal, esta vez por ella.
Ahora se ha ido, cuesta pensar en ello. Hay personas que parecen infinitas, alcanzó 91 años. Seguiré pensando que está en su cama, subiendo la escalera de caracol a la derecha, justo después de la puerta movible, rodeada de sus gavetas marrones con chucherías escondidas bajo la almohada mientras el televisor le entretiene.
Para Carmen María Monasterio de Peraza † 03 de noviembre de 2023